Las empresas se han ido adaptando a las exigencias que imponen las nuevas tecnologías, la globalización y el cambio en las necesidades de cada puesto de trabajo. Estos cambios, que hasta ahora iban siendo lentos, en este momento se asemejan a bólidos que, muchas veces, cogen con el pie cambiado a empresarios y trabajadores.
Lo que antes era una estructura sólida y fija (el trabajo se realizaba en tu puesto y en el edificio de la empresa), ahora se ha convertido en un entorno más desestructurado. Se trabaja a caballo entre un cliente y otro, en el coche y con los documentos en la nube y no en las estanterías de tu oficina.
Las respuestas a las necesidades de los clientes son rápidas y el correo electrónico, eso que fue una gran novedad para los que tenemos muchos años de trabajo, se está viendo superado por la comunicación instantánea. La empresa pasó de estar compartimentada a estar interconectada, los mandos, que antes estaban escalonados, ahora forman parte de una estructura horizontal motivando desde el mismo nivel que los demás. Las oportunidades de ascenso en la estructura no están determinadas por el tiempo de antigüedad en la empresa, si no por las competencias de cada trabajador.
En esta coyuntura encontramos que se abre una brecha entre la necesidad de trabajadores cualificados, con capacidad tecnológica, preparados para las nuevas formas de trabajar, sin casi referencias físicas, con todo en la nube, en el smartphone o en la Tablet, con videoconferencias y CRM, y profesionales de toda la vida, que se apuran en este momento para no perder la ola y conseguir arreglarse con Excel y WhatsApp.
En definitiva, están descompensados, los primeros con la mejor formación en la historia en este país carecen de experiencia en la relación personal con el cliente y confían todo a su trabajo directo, rápido, conciso y concreto y posiblemente consiguen más visitas y puede que más clientes, aunque más efímeros. Por el contrario, el segundo, lo confía todo a las relaciones personales, a la llamada por teléfono, a la visita y a tomar café con el cliente después de intentarlo 3 o 4 veces, a conseguir clientes fieles a él y por ende a su empresa.
Dos filosofías distintas que tienen que convivir para retroalimentarse de conocimientos y experiencias.
Lo que ya no cuadra en mi reflexión es por qué, entonces, los mayores de cincuenta años y los jóvenes, hasta treinta, más o menos, son los que mayoritariamente engrosan las cifras del paro. ¡Ah! y si además son mujeres ya ni me planteo entenderlo.
Por favor ¿alguien me lo explica? Mejor que me lo expliquéis todos, que soy duro de cabeza.
Un saludo